Saciar la sed


No podía darse a esperar más. Cinco años para unos, una vida para otros. La gran final de la Copa América era la oportunidad esperada para las dos selecciones que, con argumentos y circunstancias diversas, habían sido los que mejor imagen habían dejado, aparte del combinado peruano claro está, que cerró su participación con el honroso tercer lugar.

Las semifinales se dieron en circunstancias indudablemente distintas, siendo el equipo local el que más sufriese para hacerse con la plaza en el partido decisivo, superando a duras penas a Perú en un duelo donde se mostraron las falencias en transiciones defensivas. La visita, el equipo grande, por su parte capitalizó mucho mejor sus energías y capacidades para golear a la selección paraguaya, dejando una performance digna del favorito al título.

Con las críticas del bajo nivel a rasgos generales de toda la competencia, estos dos equipos querían marcar la diferencia en la gran final, con el fin de alejar lo más que se pudiera la sombra de un torneo bastante gris. Grises presentaciones e inclusive algunos grises aforos, pero el sábado era imposible que todo lo que saliera de Santiago no fuese prioridad nacional y por supuesto mundial. Dos equipos con la afición que siempre vibra y late como un solo corazón que bombea esperanzas y euforia.

Wilmer Roldán pitaba señalando el arranque del compromiso; la fiesta había empezado. Tras los incesantes cuestionamientos por los arbitrajes cada vez que los chilenos salían a la cancha, la presión de todo estaba sobre el colombiano, quien durante lapsos dio la impresión de hacer un trabajo correcto, hasta que los locales empezaron con el juego exageradamente brusco. Un factor que a medidas discretas se podría decir que influyó en el desenlace del partido.

Chile. Era el conjunto local quien llevó más peligro a la portería rival con los incesantes avances que empezaban desde la línea del medio, en una recuperación para el pase diagonal, expectantes siempre de la posibilidad de un avance con claridad de Alexis Sánchez y compañía. No había claridad, pero el avance local se estaba dando.

La férrea marca sobre figuras puntuales argentinas sirvió para centrar la mentalidad del equipo en otro tipo de asignaciones durante los 90 minutos. Golpes sobre Messi, que no encontraba su identidad y pista sobre la cancha. Parecía que era cuestión de tiempo y espacios para que el genio frotase la lámpara y pudiese sacar el resultado para el equipo de Martino, pero esto nunca sucedió.

Transcurrieron los minutos y los locales fueron mucho más, más en empuje pero no tanto en calidad futbolística. 120 minutos transcurrieron sin mayor éxito para ambos equipos, llegando a los penales y con Higuaín nuevamente como protagonista, los locales se harían con el título.

Entre decepción y lentitud, se llevó el final de un torneo que parecía tener cantado desde el inicio de la temporada. Finalmente, Chile pudo saciar la sed de gloria de una generación que tanto prometía desde el proceso de cara al Mundial de 2010.
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