Hay que cambiar un poco el discurso respecto a lo que aborrecemos de proyectos como el del PSG. No es que "a punta de plata" quieren sentar bases de nuevos conjuntos grandes, ya que ese es el activo más importante en el fútbol de hoy en día que de forma indiscriminada están utilizando todos en la famosa globalización. La bronca se origina en la inmediatez con la que buscan figurar, irrespetando aquel ideal de que con mucho esfuerzo y trabajo se pueden conseguir las cosas, creyendo que como muchas cosas en la vida, la felicidad se puede comprar. Así que, en resumidas cuentas, a todos nos genera molestia el multimillonario proyecto por querer estar de apurados. Gracias a la providencia que en los escenarios donde les ha tocado medir fuerzas con equipos grandes han dejado muy en evidencia las millas que les faltan por recorrer para adquirir esa grandeza que no se puede comprar.
Ni siquiera una de las versiones más dubitativas del conjunto blanco en varias temporadas se presentó como el escenario ideal para callar las bocas que tanto han venido despotricando desde que Al-Khelaifi es dueño de los capitalinos. Tras una ida que por el desarrollo pudo ser para los franceses pero que por detalles terminó con el triunfo blanco, la vuelta representaba, nuevamente, la noche más importante de la historia de este club. Sin Neymar, la idea de Emery fue similar a la del primer encuentro, solo que para este compromiso contaban con un medio campo de mejor capacidad defensiva debido al regreso de Thiago Motta en detrimento de Lo Celso, lo que daba la oportunidad, en principio, a Rabiot y Verratti de fijarse en otras tareas de desequilibrio. Frente, el Campeón defensor, que volvía al manejo de su táctica ganadora.
Zidane entendió que el 4-4-2 es la mejor formación que puede emplear el Real Madrid en los partidos bravos. Dos volantes como Asensio y Vázquez que desequilibren y hagan los regresos prudentes para asistir con las marcaciones, algo necesario entendiendo los laterales del rival. Una vez andando el partido, fue evidente que los pulilos del entrenador español llegaron con la psicosis de los detalles para este encuentro, ya que se mostraron cautos con la pérdida del balón y perdieron en la primera mitad muchos lapsos en los que de meterle la mínima verticalidad algún tipo de rédito se podía sacar, y ya cuando intentaron buscarlo, los centrales blancos solventaron cómodamente. Ni siquiera cuando la pareja Kovacic-Casemiro dejaba espacios para presionar a la gente de arriba mostraron decisión los parisinos; concentrarse en no perder la pelota al medio sector propició que la delantera se encontrase durante todo el encuentro sin gas e ideas para batir a Navas.
Y como en lo táctico fueron superados hasta por negligencia propia, para el lapso donde lo mental se convertía en la principal arma se vieron totalmente fuera de posibilidades. Hace mucho tiempo el Real Madrid entendió las claves de esta clase de partidos, a los que cada vez que enfrenta parte como amplio favorito sustentándolo dentro de la cancha. Por más vueltas que le den los jeques al banquillo o a la plantilla, el PSG deberá vivir mucho tiempo la amargura para entender cómo se juega en la Champions y que se necesita para contrarrestarlo. Dejó en evidencia nuevamente que no es el gran equipo cual presumen ser, así de sencillo.