Salía de la ciudad el domingo a las 5 de la mañana, por lo cual debía estar despierto más tardar a las 4:40... después de acostarse a las 2:30. Irse a dormir con la idea de dormir menos de tres horas ya generaba un estrés previo al que inevitablemente llegaría debido a la falta de sueño y por supuesto el temor a dejar una mala impresión para quien se encargaría del transporte. Curiosamente desde las 4:20 ya tenía los ojos abiertos, adoloridos y pesados sí, pero el entusiasmo por conocer el destino con todas las facilidades brindadas priorizaba sobre la necesidad corporal. He vuelto costumbre el salir con alguna cosa poco planificada en un intento por hacer el día a día más interesante y retador para conmigo mismo; aunque no todo te puede andar bien, está ese otro alto porcentaje de cosas que sí llegan a suceder mejor de lo esperado.
En un capítulo más de ese abanico de infinitas posibilidades tuve la oportunidad de conocer San Blas o si queremos ceñirnos en términos geopolíticos, la Comarca Guna Yala. No tenía recuerdos de haber estado antes, porque la única vez en la que había pisado aquel sueño caribeño tenía seis años según comentan aquellos que para ese entonces tenían una noción más lúcida del presente. Por ello y por el hecho que todas las personas que conozco tienen referencias que instan a imaginarse un verdadero paraíso. Y siendo honestos, es algo que no se escapa de la realidad. Es increíble como el color de la arena cambia tanto la estética de un archipiélago y lo convierte en un emolumento a la felicidad de la gran mayoría de las personas que lo visitan, en definitiva no fue la excepción. Ese escape de la ciudad se consagraba como una ventana para desconectarse de la realidad unos días, claro, mucho más de lo último cuando te quedas sin data el primer día.
En un capítulo más de ese abanico de infinitas posibilidades tuve la oportunidad de conocer San Blas o si queremos ceñirnos en términos geopolíticos, la Comarca Guna Yala. No tenía recuerdos de haber estado antes, porque la única vez en la que había pisado aquel sueño caribeño tenía seis años según comentan aquellos que para ese entonces tenían una noción más lúcida del presente. Por ello y por el hecho que todas las personas que conozco tienen referencias que instan a imaginarse un verdadero paraíso. Y siendo honestos, es algo que no se escapa de la realidad. Es increíble como el color de la arena cambia tanto la estética de un archipiélago y lo convierte en un emolumento a la felicidad de la gran mayoría de las personas que lo visitan, en definitiva no fue la excepción. Ese escape de la ciudad se consagraba como una ventana para desconectarse de la realidad unos días, claro, mucho más de lo último cuando te quedas sin data el primer día.
Debido al cansancio por el nulo sueño iba con los ojos cerrados en el bote desde el puerto hasta llegar a Isla Diablo donde me quedaría. En ese tramo acuático me permití soñar con algunas de las cosas que me encontraría durante el tiempo a pasar allí, pero jamás me hubiese pasado por la mente encontrarme una bandera de Rosario Central amarrada a una palmera. De 365 islas tuve que caer en una donde los del ferrocarril habían marcado territorio, teniendo una certeza enorme que allí nadie, absolutamente nadie, mira los partidos del fútbol argentino. Hay más de cinco mil kilómetros de distancia entre Guna Yala y El Gigante, por lo que aquel mosaico bizarro -en el sentido anglosajón de la palabra- sería una de las cosas más jocosas que puedo considerar he visto en mi vida. ‘’Estos rosarinos son tremendos’’ me decía Meli, una porteña que conocí contemplando el amanecer del día siguiente.
Es cierto que desde la época del Ferrocarril Central Argentino los rosarinos siempre buscaron hacerse sentir desde el interior de la Argentina, donde con el fútbol se rompieron miles de barreras y se han consagrado como territorio cantera de mucho peso para las selecciones nacionales y el fútbol élite en sí. Aquellos hinchas de Central me abrieron los ojos al significado del equipo, de lo que representa moverse a cualquier parte siempre con los colores y, sobre todo, hacerse sentir a donde quiera que vayas. Es innegable que el fútbol cruza fronteras y no entiende de diferencias culturales, como cuando hablando con los balseros me comentaban de qué debía hacer Bolillo Gómez para el Mundial o porqué el Real Madrid iba a ganar la Champions. Lo más curioso del todo es que próximo a abandonar aquel paraíso, conversaba con los locales, enterándome que todos pensaban era una bandera de Boca Juniors. Tremendos, tremendos esos Canallas.
Es cierto que desde la época del Ferrocarril Central Argentino los rosarinos siempre buscaron hacerse sentir desde el interior de la Argentina, donde con el fútbol se rompieron miles de barreras y se han consagrado como territorio cantera de mucho peso para las selecciones nacionales y el fútbol élite en sí. Aquellos hinchas de Central me abrieron los ojos al significado del equipo, de lo que representa moverse a cualquier parte siempre con los colores y, sobre todo, hacerse sentir a donde quiera que vayas. Es innegable que el fútbol cruza fronteras y no entiende de diferencias culturales, como cuando hablando con los balseros me comentaban de qué debía hacer Bolillo Gómez para el Mundial o porqué el Real Madrid iba a ganar la Champions. Lo más curioso del todo es que próximo a abandonar aquel paraíso, conversaba con los locales, enterándome que todos pensaban era una bandera de Boca Juniors. Tremendos, tremendos esos Canallas.