Saber empujar


Honestamente, me costó mucho darle un interés prioritario a la Copa del Mundo Sub-20 que se disputó en Nueva Zelanda el último mes, a tal punto que nunca llegué a hacerlo. A pesar del arranque interesante que tuvo, de las expectativas generadas que siempre surge cuando tu país llega a estas competiciones, el resto de compromisos que llegué a apreciar en las pesadas noches panameñas/tardes neozelandesas, no eran lo suficiente para cumplir las expectativas de un torneo que siempre genera tantas emociones.

Numerosos tiempos extra y penales después, me encontré frente al televisor en la madrugada de este sábado. Venía llegando después de las noches de viernes, no fue planeado, pero el compromiso llegué a verlo. Una Brasil que en ningún momento de la competencia llegó a convencerme, mucho menos del golpe de suerte que fue clasificar en la eliminatoria ante Portugal, donde los europeos marcaron el ritmo y las ideas en todo momento. Por otro lado estaba Serbia, un equipo llamado a hacer su nombre como un legado a lo que la antigua Yugoslavia llegó a representar en el fútbol mundial, pero que en sus compromisos había mostrado más compromiso que fútbol vistoso.

El partido había comenzado. Los minutos pasaban de par en par y a ese mismo ritmo, de crecimiento, las ideas futbolísticas de los entrenadores Rogerio Micale y Velko Paunovic se plasmaban en el engramado del North Harbour Stadium. Sólo comparable con el ajedrez, las líneas marcadas, principalmente en el sector de recuperación, se prestaban para un gran espectáculo.

Siendo el orden el principal argumento de ambos equipos, para resquebrajar tales planteos por fuerza se debía avocar al error del rival, y como en la juventud se dan esos deslices propios de la inexperiencia, vaya que tendríamos un partido para recordar por bastante tiempo.

Un partido tácticamente brillante. Palmas para Micale y Paunovic

Verticalidad, inteligencia y picardía propia de un país sudamericano transmitía Brasil por medio de Guilherme, Gabriel o Jean Carlos, acompañados posteriormente por Malcom y Andreas Pereira, quienes entraron desde el banquillo para darle más profundidad al ataque verdeamarelho. La artillería ofensiva mostrada por Serbia también infringiría el daño acorde a la presión que lograron ejercer, con Saponjic, Zikvkovic, Mandic y Maksimovic, quienes lograban generar espacios con recuperaciones desde muy atrás bastante rápidas. Argumentos ofensivos habían de sobra dentro de la cancha.

Las batallas en el medio sector sin lugar a dudas fueron lo más importante del compromiso, estando siempre los mediocampistas más habilidosos de ambos equipos empujando desde atrás, recuperando, anticipando las habilitaciones rivales y robando espaldas para hacer posibles las habilitaciones de juego. Más atrás las defensas mostraron solidez y celeridad, principalmente los brasileños con un lateral como Marlon, quien tuvo un partido más que destacado. Por su parte Antonov y Veljkovic apretaron mucho las acciones de los ofensivos rivales, dándole a Serbia seguridad en la parte trasera del conjunto.

Presiones y anticipos mal realizados fueron la llave para las ocasiones durante el compromiso, generándose siempre aproximaciones por las bandas, las cuales al llevar dirección a portería terminaban encontrándose con las manos de los porteros Jean y Rajkovic, quienes indudablemente fueron figuras cruciales de esta gran final.

Gran muestra colectiva de brasileros y serbios. Superlativo el guardameta Predrag Rajkovic

El primer gol del partido caía con menos de media hora para el final del partido, en una jugada donde Mandic llegó de forma oportuna a rematar ese balón que le llegaba desde la derecha para empujarla hacia el fondo de las redes. Los serbios saltaban de alegría y el seleccionador les pedía calma, la cual no llegó de la manera como los propios hubiesen imaginado o esperado.

Tres minutos después el conjunto serbio seguía presionando las posibilidades de llegada por parte de Brasil, pero el recambio Andreas Pereira de pronto crea una jugada personal donde hizo exposición de su buen regate para deshacerse de la marca de más de tres jugadores serbios y para lograr el disparo a puerta que les permitiría jugar el tiempo extra. Un buscado y bien elaborado gol con el que se metía mucho más dramatismo al compromiso.

En una serie de encontronazos ida y vuelta, el partido se iría al tiempo extra. El dinamismo brasileño encontraba obstáculo en el férreo planteamiento del conjunto europeo, que ante los embates rivales procuraba salir de la mejor forma posible. Por las bandas, por el centro, de todas partes llegaba la verdeamarelha con buena cantidad de jugadores, pero se encontraban con el Capitán serbio, Predrag Rajkovic, quien fue una de las mayores figuras de todo el compromiso.

Les estaba costando mucho a los europeos generar una jugada que se dirigiera de hacia la mitad del campo rival, pero esta falta de ideas la compensaban con el gran poderío físico que había sido bien trabajado por el cuerpo técnico. Ya para el segundo tiempo extra las aproximaciones tomaban forma, pero no terminaban de ser las más limpias de cara a la portería rival. Cuando todo indicaba que el compromiso se iría a la tanda de penales una jugada de contragolpe se pudo originar para la causa serbia, dando como resultado el gol definitivo que pondría Nemanja Maksimovic, a dos minutos del final. Tres pases cortos dejaron al dorsal ''8'' frente al guardameta y rematar de tres dedos por debajo de los pies del mismo.

Tristeza y alegría sobre la cancha, sentimientos propios de una final. Dos selecciones con jugadores menores de 20 años nos dieron un gran espectáculo de 120 minutos, para recordar de las finales de esta categoría. Después de haber visto un torneo al cual no le presté la mayor de las atenciones por el discreto espectáculo que estaba ofreciendo, tuvo un compromiso definitorio para la posteridad, cambiando positivamente mi percepción de un equipo como este de Brasil. Claramente, quedan para el seguimiento las figuras serbias que saldrán a partir de aquí.

La victoria hubiese sido justa para cualquiera de los dos, pero sólo uno pudo alzarse con el trofeo, aquel equipo en las circunstancias más difíciles supo empujar para dar el gran paso final.
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