Lo que me gusta de los partidos de selección internacional es que aquí todo se viste de rojo. Hasta en los medios de comunicación gente que en su vida ha hablado de este deporte, se convierten en hábiles comentaristas y expertos de todos los pormenores del equipo nacional. Le hace un daño terrible a la profesión del periodismo, pero en lo personal no deja de ser una señal clara y esperanzadora del impacto que este deporte tiene en la vida de todos. A nivel de clubes este país está muy lejos de entender el sentido real del fútbol, pero al menos con cada fecha FIFA las cosas se tornan de otra manera. Claro está, no debería ser así, debería ser primero la liga, pero esto es Panamá y hay que entender que esto es lo que hay. El martes 28 de marzo presentaba una ventana importante, una oportunidad para que el fútbol siguiese creciendo con una de esas en las que los chicos se separan de los grandes. Una noche para realmente saber si esa aspiración para clasificar a una Copa del Mundo no es solamente estrategias de marketing de todos los patrocinadores y de las televisoras del país.
Intensidad. Desde el arranque del encuentro los pupilos del estratega colombiano salieron a buscar el partido. Habían entendido la gravedad del escenario en que se hubiese visto un equipo con temor a enfrentar a un equipo con mejor momento anímico como lo era Estados Unidos. La llegada se profundizó de manera importante con la libertad que volvían a tener Negritillo Quintero y Armando Cooper al regresar a un sistema 4-4-2 fue fundamental para aproximarse hasta línea de fondo norteamericana, la cual adoleció mucho cada vez que por el sector izquierdo el lateral Omar González debía hacer las coberturas, dado que en la mayoría de las jugadas fue ampliamente superado por los delanteros panameños. Había fluidez en el juego y hasta comodidad ante un rival que no parecía haber podido encontrar la llave para reencaminar el dominio de las acciones en este partido. Las sensaciones resultaron ser más que buenas en este aspecto.
Sin embargo, el gol no se hacía presente. El reconocido guardameta Tim Howard tuvo que salir a sudar la gota gorda en momentos importantes de la primera mitad; las atajadas más allá de oportunas denotaban la poca serenidad que se tuvo de cara a definir, un tema sensible en esta clase de compromisos. Más allá de la pobre capacidad para definir las jugadas, era evidente el empuje que tenía la selección panameña, empujando hacia adelante y presionando las salidas del equipo visitante. Parecía cuestión de tiempo para que cayera el gol hasta que, por fin, cayó… pero para Estados Unidos. Si algo nos ha enseñado el fútbol es que todos los pequeños errores salen caros, mucho a veces para lo que realmente se presenta en la cancha. Nadie pensaría que Felipe Baloy con todos sus galones de experiencia en la espalda cometería un error tan infantil como el de querer driblar a un delantero que juega en el fútbol alemán, teniendo como resultado un gol tan ridículo como la decisión tomada por el Capitán panameño.
Después del famoso fantasma del gol en contra al minuto 80 y la marcación defensiva en jugadas a balón parado, algo que siempre ha perseguido a la selección nacional es la incapacidad de reaccionar de forma propicia tras ir abajo en el marcador. Derrumbarse y hasta allí llega la historia. Sucede que, Panamá realmente había entendido la gravedad de la situación previo al inicio del encuentro y no bajó los brazos en ningún momento hasta lograr la igualdad en una serie de rebotes que permitieron a Gavilán Gómez volver al equipo a partido apenas cinco minutos después que todo parecía perdido. Lo oportuno que fue empatar antes de irse al descanso sirvió como un aliciente para que en el complemento los ánimos se mantuvieran arriba y la intensidad de juego no cambiara de ninguna forma en búsqueda tres puntos vitales para no empezar a sacar la calculadora una vez llegara junio. Se intentó y se siguió intentando.
La selección de Estados Unidos había entendido su rol en el partido y decidió enfriar las cosas mucho más con su pasiva proyección de juego, no descartando alguna jugada que de contragolpe pudiese terminar obsequiándole tres puntos de visita. Panamá tuvo mucho más la iniciativa, siguiendo con la presión en la parte alta de la cancha y tratando de explotar el regate desde la zona de carrileros hacia el medio, pero ningún delantero tuvo la visión de halar marcaciones o de buscar ser la pared para el pase y de a poco la gasolina para quienes iban por los costados se fue acabando. Los cambios se demoraron demasiado en la búsqueda del triunfo local, a tal punto que el último ya había terminado siendo uno para cerrar las posibilidades de jugadas adversas y conformarse con el contragolpe. El trabajo necesario no se hizo, pero las sensaciones dejadas fueron bastante buenas.
A pesar del estadio prácticamente a total capacidad, el aficionado panameño demostró que no tiene cultura de fútbol, ya que en los momentos de mayor frialdad dentro del campo en vez de alentar y buscar un aumento del ánimo del equipo, fueron cómplices de aquellos lúgubres momentos que tuvo el partido; Panamá todavía no es un país que entiende el fútbol a la perfección, empezando por los que van a la cancha. El empate no ha sido suficiente, pero nadie pudo haber salido molesto de lo visto en el Rommel Fernández, ya que el equipo mostró actitud, un factor que pesa mucho más en eliminatorias mundialistas que el mismo fútbol. Ver a un futbolista como Luis Tejada, con 35 años en su haber pelear cada balón hasta la parte baja de mitad de cancha genera mucha ilusión, ya que de mantener ese espíritu en lo colectivo, se pueden lograr cosas importantes. Hay que ser como Tejada, hay que ser un verdadero Matador.