La inevitable nostalgia


El primer partido del que tengo memoria data de 1998, cuando Dennis Bergkamp realizó una de las definiciones más surreales que mis ojos hayan podido presenciar. Aquella selección que logró meterse hasta las semifinales del Mundial de Francia, hizo posible mi afición por el fútbol tulipán. El timonel de aquella selección era Guus Hiddink.

La leyenda que nunca dejé de seguir, a pesar de las distancias y los llamativos retos que asumió en los últimos 15 años, mostrando la actitud propia de quien siempre estuvo interesado en hacer cosas distintas. Al final siempre los resultados se le fueron dando a medida que se notaba la mano del técnico, de La Leyenda.

Años de experiencia en diversas circunstancias e identidades del fútbol después, el nacido en Varsseveld le tocaba retomar el mando de la Oranje, en un momento posterior al inicio de una transición generacional que Louis van Gaal atinadamente dedujo era necesario. Aparte de esto, una más que destacada participación en Brasil 2014 que terminó con un tercer lugar goleando al país anfitrión cuando muy pocos daban esperanzas en la previa a la competencia.

Ciertamente el listón quedó muy alto luego de ese mes de júbilo y euforia. La intimidante selección tulipán perdía a su entrenador, pero la nueva pieza del banquillo era igual o mejor que su antecesor, era cuestión de mantener el ritmo. No fue así.

¿Qué sucedió? Remitirse de inmediato a la interrogante es necesario, puesto que en menos de un año hubo un descenso súbito de nivel, de ideas, de talento. Las teorías de la debacle pueden ser muchas, pero las principales dudas sobre Holanda previas al Mundial eran con respecto a su defensa, a la floja capacidad de resistir embestidas rivales.

Entendiendo esta grave deficiencia, Van Gaal optó en la Copa del Mundo por renunciar al clásico fútbol vistoso para salir con planteamientos férreos y que optasen al desborde rápido por los costados, cualidades accesibles para esta selección con Arjen Robben como principal figura a seguir sobre el campo.

La exitosa performance de Holanda en Brasil, que la hizo llevarse el tercer lugar de la competencia dejaba el listón bastante alto para este equipo, que parecía haber madurado luego de las dudas presentadas a lo largo de amistosos y la eliminatoria, pero la realidad sería muy distinta meses después.

Van Gaal renunció a la tradición holandesa por las deficiencias de la generación. Hiddink no lo comprendió.

Desde el amistoso ante Italia, quedaba claro que algo no estaba del todo bien en el funcionamiento Oranje, pero era el primer compromiso, podía pasar. La clasificación a la Eurocopa del 2016 siguió arrojando dudas sustanciales en cuanto al rendimiento del equipo, tanto así que se llegó a una derrota ante una sorpresiva Islandia y una serie de compromisos que han llevado a la dimisión del técnico la pasada semana.

Sencillamente no se dio. No pudo reencontrar la identidad de un equipo que claramente tiene deficiencias en todas sus líneas, que con un estilo de juego egoísta al fútbol se pudo meter entre los tres mejores del mundo, pero que en su día a día su realidad es muy distinta a la de estar entre el top.

Ahora será el mítico Danny Blind quien tome las riendas de la selección tulipán con Ruud van Nistelrooy como asistente para tratar de salvar las eliminatorias y tratar de meter a Holanda en la cita del próximo año en Francia, cosa que hoy parece complicada.

Evidentemente Hiddink hizo las cosas mal, no le salieron, pero se me hace inevitable sentir una gran nostalgia por el estratega que dirigió a la selección que me enamoró del fútbol.
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