Lo que más me fascina de los mundiales de categorías inferiores es que son una vívida muestra de cómo evoluciona la vida. A todos aquellos que hoy vemos ganando millones de dólares y jugando todos los fines de semana ante 40/50mil personas también fueron jóvenes. Esa ilusión y energía que en los primeros años de existencia servían principalmente para reventar la paciencia de nuestros padres, en circunstancias específicas debe canalizarse para conseguir algún capricho, ideal u objetivo específico. Ejemplo claro de ello puede ser el representar a tu país en la búsqueda de una ilusión que a corto/mediano plazo puede ser un plus para tu vida.
Y he ahí la magia de los mundiales en esta categoría. No hay vitrina más grande para disfrutar de toda la inocencia mezclada con la juventud y más que nada cuando los jugadores entienden que a veces hay que poner algo más, algo diferente. Con esa consigna fue la que Panamá y todo su plantel encaró el Mundial de Polonia; la sexta participación en este certamen debía venir con cambios, puesto que por muy satisfactorio que resultase ser el mero clasificar era imprescindible competir. Con esa presión por decir histórica y el adicional que significaba tener a Francia, Malí y Arabia Saudita en tu grupo, estos dos últimos campeones de sus respectivos continentes, no parecía muy sencillo para los dirigidos por Jorge Dely.
Pese a todo -incluyendo la idiosincrasia del futbolista panameño-, las imágenes que dejó este proyecto en el premundial disputado meses atrás vaticinaban un afronte distinto de cara a la cita. Por primera vez en muchísimo tiempo el combinado nacional de esta categoría demostraba temple; además de la inteligencia para jugar en espacios, finalmente se logró encontrar la manera que el jugador, con o sin pelota, pudiera sobrellevar al reloj y los momentos posteriores a jugadas de gol contrario. La tarea de plasmar los conceptos desde la pizarra a la cancha ha sido mucho más sencilla para el entrenador gracias a contar con unidades capacitadas y con todas las condiciones para mejorar de forma exponencial si se les da el seguimiento adecuado como la pareja de medios Walker y Griffith.
Desde el día uno del Mundial fueron claras las sensaciones de confianza que este equipo sintió. Ante Malí y Francia el equipo se supo inferior desde antes arrancar respectivos duelos, pero en base a ello procuró mantener el juego en una zona conveniente, inclusive en acciones defensivas. Ejemplo claro de ello fue mantener al máximo del tiempo el juego por debajo; aunque técnicamente el rival fuese más era más sencillo trabajar la recuperación que irse por arriba contra oponentes considerablemente altos. Sufrió mucho esto una línea de ataque hábil en la conducción a espacios reducidos y habilitando fútbol por los costados pero sin estatura, añadiéndole el hecho que las mejores acciones ofensivas venían por cambios muy bien entregados por el lateral derecho Rodríguez.
El talón de Aquiles no pudo ser otro más que los errores puntuales. Malas distribuciones, recorridos incompletos y hasta las clásicas malas entregas del balón en los primeros 25 metros de la cancha supusieron el fin del periplo en tierras polacas. Ciertamente quedó la sensación de excesivo conformismo en el último partido, donde en lugar de competir se asumió la inferioridad que se tendría ante el conjunto ucraniano muy fuerte. Quedan esa clase de sensaciones, pero ahondar esa llaga no parece prudente entendiendo las formas y las realidades; Panamá cumplió con el objetivo trazado demostrando cabeza, algo que no se ve de forma habitual en cualquier categoría.
Pese a todo -incluyendo la idiosincrasia del futbolista panameño-, las imágenes que dejó este proyecto en el premundial disputado meses atrás vaticinaban un afronte distinto de cara a la cita. Por primera vez en muchísimo tiempo el combinado nacional de esta categoría demostraba temple; además de la inteligencia para jugar en espacios, finalmente se logró encontrar la manera que el jugador, con o sin pelota, pudiera sobrellevar al reloj y los momentos posteriores a jugadas de gol contrario. La tarea de plasmar los conceptos desde la pizarra a la cancha ha sido mucho más sencilla para el entrenador gracias a contar con unidades capacitadas y con todas las condiciones para mejorar de forma exponencial si se les da el seguimiento adecuado como la pareja de medios Walker y Griffith.
Desde el día uno del Mundial fueron claras las sensaciones de confianza que este equipo sintió. Ante Malí y Francia el equipo se supo inferior desde antes arrancar respectivos duelos, pero en base a ello procuró mantener el juego en una zona conveniente, inclusive en acciones defensivas. Ejemplo claro de ello fue mantener al máximo del tiempo el juego por debajo; aunque técnicamente el rival fuese más era más sencillo trabajar la recuperación que irse por arriba contra oponentes considerablemente altos. Sufrió mucho esto una línea de ataque hábil en la conducción a espacios reducidos y habilitando fútbol por los costados pero sin estatura, añadiéndole el hecho que las mejores acciones ofensivas venían por cambios muy bien entregados por el lateral derecho Rodríguez.
El talón de Aquiles no pudo ser otro más que los errores puntuales. Malas distribuciones, recorridos incompletos y hasta las clásicas malas entregas del balón en los primeros 25 metros de la cancha supusieron el fin del periplo en tierras polacas. Ciertamente quedó la sensación de excesivo conformismo en el último partido, donde en lugar de competir se asumió la inferioridad que se tendría ante el conjunto ucraniano muy fuerte. Quedan esa clase de sensaciones, pero ahondar esa llaga no parece prudente entendiendo las formas y las realidades; Panamá cumplió con el objetivo trazado demostrando cabeza, algo que no se ve de forma habitual en cualquier categoría.
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