Reflejo de las miradas


Nunca es fácil de digerir el perder un derbi. Es la aceptación dentro de la cancha que el otro es mejor y no hay queja contra el arbitraje que pueda maquillar esa realidad. Es una vergüenza que se tiene que llevar encima por el resto de la temporada y un malestar bastante incómodo para la semana venidera, que uno puede resentir hasta el fondo del alma. Pero que bueno sentir este tipo de frustraciones, si en el fútbol no puedes sentir esa punzada al orgullo, es preciso mejor te busques otro espectáculo para ver. No deporte, espectáculo; cada vez vivimos en una sociedad que mide su lealtad a unos colores en base al éxito que tiene y no por su identidad, o por su mística. En fin, el domingo no fue precisamente el mejor de mis días.

La diferencia horaria nunca ha mermado en mi amor y estoy seguro no lo hará nunca, pero que dolor no poder vivir esta clase de partidos en la cancha. Este año he decidido ponerme a buscar fútbol en lugares nunca pensados, y tan solo pasarme eso por la cabeza el hecho que en otra parte estaba un conjunto de personas a la expectación de un partido a solo una vaya de publicidad de distancia, o quizás en uno de los bares de tu ciudad rodeado de gente con la misma camiseta que tú. Si hay una realidad absoluta en el fútbol es que nada se compara al día de un derbi. El Clásico nacional o cualquier encuentro que mida a dos pueblos rivales es sin la menor discusión la mejor presentación que puede tener esta fe nuestra ante cualquier desconocido de la materia. Cuando hay tanta energía sobre un partido, la única salida viable que hay es ganar. De cualquier forma. Ganar.

Eindhoven es, ha sido y siempre será una cancha complicada para visitar. Aunque en esta clase de partidos no parece importar, sobre todo de la forma en la que se llega, incluyendo un fructífero regreso a la Copa de Europa que tanto se ha extrañado en el campo de Johan. Como equipo que gana no se cambia, el once que sale de memoria tuvo que afrontar el compromiso que lo fue enredando bastante rápido, mucho más de lo que en el peor de los casos se hubiese imaginado. Errores en la salida, presión incesante a la pareja de centrales y una decaída actitud llevaron el encuentro a tres goles de ventaja para el PSV antes de los 40 minutos. Antes de poder reaccionar el partido ya estaba definido. Lo único que quedaba por hacer era completar el compromiso a la expectativa que el local no tuviese otra ráfaga de claridad como para conseguir un resultado de escándalo.

No hay nada peor que jugar sabiendo que ya perdiste. Hay casos bastante excepcionales que a lo largo del tiempo nos han demostrado que nada es imposible, pero también es cierto que uno puede leer ese tipo de cosas. El estilo de juego que me enamoró del Ajax facilita esto; cuando escasean las ideas para salir jugando, carburar en el medio sector hacia los costados y siquiera llegar al área chica contraria se convierten en una verdadera odisea. Pero todos estos elementos que se pudieron hasta prever en el partido de competencias europeas ante el AEK, la alarma más grande que hay de los problemas son las expresiones, las miradas. Cuando llegó el segundo gol del partido, producto de un muy mal entendimiento entre portero y defensa, las miradas de todos contra todos decían más verdades que nunca.

Foto: ajax.nl

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