Las noches en que se juega la Champions son únicas, distintas, mágicas. Pocos torneos como la Copa de Europa ofrecen aquella sensación de que absolutamente todo puede ocurrir en lapsos de tiempo demasiado breves, dando vueltas a marcadores o golpeando fuertemente las ideas de los estrategas por distintos motivos. En una de las finales más descafeinadas -muy a criterio personal- de los últimos años, el Real Madrid volvió a dar fe de toda esa experiencia que arropa a una plantilla acostumbrada a vivir cualquier escenario táctico adverso y solventar el mismo con relativa facilidad sin que los rivales tengan capacidad para reaccionar.
Y es que es muy difícil derrotar a los merengues en estos tiempos. Sin importar lo desorientado o ''superado'' que pueda verse, la máquina de finales que ha formado Zidane siempre impone condiciones. Durante los primeros 20 minutos los ingleses supieron cerrar las líneas de pase entre Modric, Kroos e Isco gracias a la ya famosa alta presión que ejercen los tres pilares de Klopp; aunque anular por completo a los responsables de la producción de juego blanco diera como resultado una mayor preocupación por parte de los españoles en hacer repliegues mucho más coordinados, los espacios fueron siendo paulatinamente aprovechados por Benzema que sin la pelota generaba los movimientos necesarios para que poco a poco los suyos se metieran en partido y jugasen mucho más cerca del portero red.
Y finalmente todo se derrumbó con la lesión de Salah. El egipcio era el principal responsable de todas las ventajas ofensivas que llegaba a tener el Liverpool dentro de los últimos 20 metros del campo así como la referencia de pase tanto en la pared como en el balón a profundidad vital para un equipo que ha cosechado el éxito esta temporada con el contragolpe. Estamos de acuerdo todos en que ese hombro lesionado finiquitó las ilusiones inglesas de hacerse con el título, mucho más si el reemplazo se trató de un Adam Lallana que muy poco llegó a jugar durante la temporada y claramente no cumple con la misma función en el sistema del estratega alemán.
Estaba dicho todo. Ni siquiera con el empate se pudo romper la armonía que habían establecido dentro de la cancha, aprovechando entonces las facilidades que ofrecieron los costados de una defensa bastante solitaria cuando los de arriba perdían la posesión. La inclusión de Gareth Bale aportó mayor profundidad para terminar de rematar a un conjunto sin evidente plan B para responder al monarca del certamen; los goles sencillamente reiteraron ese momento del todo para uno y nada para el contrario, además de evidenciar la poca capacidad que tenía el arquero teutón para afrontar compromisos de semejante magnitud. No hay forma alguna de poder discutir a un equipo imbatible, sobre todo por el momento que vive.
Y finalmente todo se derrumbó con la lesión de Salah. El egipcio era el principal responsable de todas las ventajas ofensivas que llegaba a tener el Liverpool dentro de los últimos 20 metros del campo así como la referencia de pase tanto en la pared como en el balón a profundidad vital para un equipo que ha cosechado el éxito esta temporada con el contragolpe. Estamos de acuerdo todos en que ese hombro lesionado finiquitó las ilusiones inglesas de hacerse con el título, mucho más si el reemplazo se trató de un Adam Lallana que muy poco llegó a jugar durante la temporada y claramente no cumple con la misma función en el sistema del estratega alemán.
Estaba dicho todo. Ni siquiera con el empate se pudo romper la armonía que habían establecido dentro de la cancha, aprovechando entonces las facilidades que ofrecieron los costados de una defensa bastante solitaria cuando los de arriba perdían la posesión. La inclusión de Gareth Bale aportó mayor profundidad para terminar de rematar a un conjunto sin evidente plan B para responder al monarca del certamen; los goles sencillamente reiteraron ese momento del todo para uno y nada para el contrario, además de evidenciar la poca capacidad que tenía el arquero teutón para afrontar compromisos de semejante magnitud. No hay forma alguna de poder discutir a un equipo imbatible, sobre todo por el momento que vive.
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