Magos y reyes


Benditos sean los sábados. Por más jornada laboral hasta mediodía que haya, esa sensación de libertad y satisfacción que genera el sexto día de la semana con pocas cosas puede compararse dentro de los placeres habituales del hombre. Un verdadero día santo, muy por encima del séptimo. Históricamente, los fundadores de los clubes de fútbol, muchos de ellos industriales, pescadores o trabajadores comunes, encontraban aquí un resquicio de tiempo para correr y patear la pelota. Con el pasar de los años y la evolución de circunstancias, se ponderó mucho esa vieja práctica, la cual terminó consagrándose como definitiva y hasta sagrada para jugar este deporte. Habiendo entendido la enorme oportunidad de negocio que representaba la globalización del que ahora es un espectáculo, fue que llegaron las jornadas dominicales, favoreciendo a público de latitudes exóticas, rompiendo la esencia de lo que en principio todo fue.

Pero a pesar de todo lo que se pueda repudiar del presente y los efectos directos que ha tenido sobre el fútbol, una realidad sin cabida a contra es el hecho de que los sábados son sagrados. Para fortuna de todos, esta tradición no ha sido profanada por algunos entes de prestigio, como puntualmente la UEFA. Con esa particularidad que de por sí tiene el día, agregarle un partido de Champions lo hace mucho más especial, lo hace mágico. Una final, por supuesto es un condimento mucho más exquisito para llamar la atención de las masas. Arrancando con un innecesario show, propio de la necesidad de UEFA para quedar bien con uno de sus nuevos patrocinadores, el verdadero espectáculo se dio dentro de un engramado que guardaba mucha incertidumbre, puesto que en varios años no se daba un partido decisivo que se perfilaba como difícil de poder vaticinar el desenlace.

La primera mitad, como se contemplaba, tendría rasgos muy característicos de tableros de ajedrez. Tanto Zinedine Zidane como Massimiliano Allegri habían comprendido que era un partido de detalles, los cuales si no se trabajaban con un 1000% de cuidado terminarían por desbalancear las cosas para uno de los lados. En ese cuidado, una pulcra mediacancha dotada de salida y cobertura de la Juve asfixiaba a los merengues que no sabían cómo zafarse de aquello, principalmente un Isco que por más que se le pidió dentro de la cancha, se había convertido en el punto débil del desarrollo de juego español. Sin embargo, en la desatención de mayor cuidado por parte de los italianos, caía el primer gol de los Campeones defensores; para Dani Alves la labor de la noche había consistido en bloquear arriba la salida de Marcelo, quien al encontrar un espacio dio tiempo y forma para que Dani Carvajal hiciera los movimientos que propiciaran el remate de Cristiano.

El gol había caído en un abrir y cerrar de ojos. Para el momento en que se dio, nadie lo tenía en los papeles como probable. Ese primer truco no sería el último de los 45 minutos iniciales, ya que Mario Mandzukic del sombrero sacó un conejo blanco en forma de media chilena, una verdadera obra maestra para enmarcar dentro de las finales de esta competencia. El segundo tiempo, sencillamente fue un baile, el cual fue marcado al ritmo de Zidane. Mover a Isco como interior por izquierda y adelantar a Toni Kroos para que bloqueara el juego de Miralem Pjanic fue suficiente para desconcertar todo el plan de juego de Allegri, quien nunca supo darle vuelta a la situación y vio como la mejor defensa del campeonato sucumbió ante el poderío de un equipo que no entiende de estadísticas o rivales improbables de doblegar. El Real Madrid sencillamente fue mejor y manejó el que se veía como el partido más difícil de la temporada a hasta convertirlo en una goleada.

Fue un partido de detalles como se planteó previamente. Detalles que trascienden más allá de los 90 minutos del partido en Cardiff. Uno ve a este Madrid y cuesta mucho poder encontrarle falencias que los adversarios puedan aprovechar para sacarle resultados importantes, ya que errores y desaciertos los tienen como todo mortal, pero no los suficientes como para decir que puedan peligrar sus victorias. Un Zidane que inició como un mero motivador ha pasado a ser un estratega como pocos, con una visión del campo inigualable entre los técnicos estelares del hoy, dando ese salto de calidad necesario para que uno ponga sus capacidades en el banquillo cerca o iguales a las que tuvo cuando vestía de la pantalones cortos. Con todo esto ocurrido en tan corto tiempo, pareciera que todo fuese logrado como por arte de magia. 

Y es que, damas y caballeros, todo lo que ha logrado este equipo hace sin lugar a dudas pensar en que nos encontramos frente a un equipo de época, de esos que uno mantiene en la retina eternamente si ha tenido la dicha de poder verlos en vivo. Por encima de su contundencia para ganar, lo que más sorprende es lo imprevisible de su juego; desborde con Marcelo, pases exquisitos con Kroos y Modric, el talento de Cristiano Ronaldo... muchos recursos para un solo equipo. Su forma tan sorpresiva de jugar ilusiona porque es prácticamente magia. Así como todos soñaban luego de los cumpleaños tras los actos de cartas o los sombreros, este Real Madrid es capaz de generar sensaciones así. Con muchos trucos bajo la manga, el equipo de Zidane está plagado de magos, que hoy son Reyes del fútbol mundial.
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