Todos sabemos lo que se siente en las etapas previas al final de una relación. Por más argumentos de que te rompen el corazón de tajo, consciente o inconscientemente percibimos diversas señales que nos indican que algo no está yendo nada bien mucho antes de que se haga oficial. No hay nada más tóxico para una persona querer darle más rienda a algo que evidentemente no funciona, pero aquel temor de la soledad o no saber qué hacer luego de una conclusión, es lo que impulsa al masoquista instinto de continuar ahogándose en la frustración y la negación.
El resultado de esto siempre termina traduciéndose en más desencanto para con la otra parte de la relación y un evidente desgaste de energía. Ese hastío en algún momento lleva al desengaño, pero dependiendo de cada individuo eso puede tomar poco o mucho. Mientras la mente y el cuerpo valoran la necesidad de encontrarle un punto de quiebre a aquello, muchos lastimados pueden salir durante el proceso. Siendo lo más costoso entender que el final ha llegado, siempre aparecen un sin número de argumentos que se presentan para no dejar ir esas sensaciones.
Lógicamente, los inicios. Más jóvenes, llenos de expectativas y esperanzas en que la aventura será muy gratificante. Más que nada, el desconocer propiamente de lo que la otra parte puede ofrecer. No hay nada que genere mayor éxtasis que el ser sorprendido una y otra vez por los detalles o las particularidades de ese ser que recién comparte días contigo. Llegar desde el Japón, con experiencia y una mente mucho más abierta de la que en aquel momento se manejaba; esa novedad, propiciaba aquella expectación por recibir sorpresas.
Imposible no recordar, como siempre, los buenos momentos. Aquellos recuerdos en donde la fecilidad abarrota la mente, en donde las preocupaciones se dejaban de una lado para vivir al 100 por ciento el momento con ese individuo al cual se le considera el indicado, por lo menos en el instante. La alegría a la que no se le encuentran fisuras, perfecta en todo sentido de la palabra y que genera una felicidad la cual se piensa no tendrá un final próximo; esas endorfinas que secretadas al mismo nivel que tiene un título invicto.
Cuando los problemas se hacen presentes, lo esencial es saber enfrentarlos. Traspieses siempre hay y habrán, pero el problema es repetirlos una y otra vez hasta convertirlos en un círculo vicioso, en donde claramente no hay una armonía tangible; olvidarse de como hacer las cosas bien en las noches mágicas es un pecado que pocas veces se puede manejar en equipo o pareja. Si no hay señales claras de avanzar de la mejor manera posible para combatir los problemas, difícilmente algo tendrá solución.
Llega el punto en que el cansacio puede más que las ideas frescas que en algún momento hubo. Cuando se llega a ese extremo, se hace evidente en el día a día el como las cosas se hacen de mala gana, no se hacen bien. Pero hay quienes muy a pesar de ello, prefieren seguir torturándose y darle más hilo a algo que sin lugar a dudas no tendrá un feliz término. A veces es necesario echarse a un lado y con toda seguridad decir que, el problema no es el otro, sino uno mismo.
El resultado de esto siempre termina traduciéndose en más desencanto para con la otra parte de la relación y un evidente desgaste de energía. Ese hastío en algún momento lleva al desengaño, pero dependiendo de cada individuo eso puede tomar poco o mucho. Mientras la mente y el cuerpo valoran la necesidad de encontrarle un punto de quiebre a aquello, muchos lastimados pueden salir durante el proceso. Siendo lo más costoso entender que el final ha llegado, siempre aparecen un sin número de argumentos que se presentan para no dejar ir esas sensaciones.
Lógicamente, los inicios. Más jóvenes, llenos de expectativas y esperanzas en que la aventura será muy gratificante. Más que nada, el desconocer propiamente de lo que la otra parte puede ofrecer. No hay nada que genere mayor éxtasis que el ser sorprendido una y otra vez por los detalles o las particularidades de ese ser que recién comparte días contigo. Llegar desde el Japón, con experiencia y una mente mucho más abierta de la que en aquel momento se manejaba; esa novedad, propiciaba aquella expectación por recibir sorpresas.
Imposible no recordar, como siempre, los buenos momentos. Aquellos recuerdos en donde la fecilidad abarrota la mente, en donde las preocupaciones se dejaban de una lado para vivir al 100 por ciento el momento con ese individuo al cual se le considera el indicado, por lo menos en el instante. La alegría a la que no se le encuentran fisuras, perfecta en todo sentido de la palabra y que genera una felicidad la cual se piensa no tendrá un final próximo; esas endorfinas que secretadas al mismo nivel que tiene un título invicto.
Cuando los problemas se hacen presentes, lo esencial es saber enfrentarlos. Traspieses siempre hay y habrán, pero el problema es repetirlos una y otra vez hasta convertirlos en un círculo vicioso, en donde claramente no hay una armonía tangible; olvidarse de como hacer las cosas bien en las noches mágicas es un pecado que pocas veces se puede manejar en equipo o pareja. Si no hay señales claras de avanzar de la mejor manera posible para combatir los problemas, difícilmente algo tendrá solución.
Llega el punto en que el cansacio puede más que las ideas frescas que en algún momento hubo. Cuando se llega a ese extremo, se hace evidente en el día a día el como las cosas se hacen de mala gana, no se hacen bien. Pero hay quienes muy a pesar de ello, prefieren seguir torturándose y darle más hilo a algo que sin lugar a dudas no tendrá un feliz término. A veces es necesario echarse a un lado y con toda seguridad decir que, el problema no es el otro, sino uno mismo.
 

 
 Mano en el Área es un espacio traído para todos desde Panamá por amor al fútbol y la pasión
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