Para la afición de un equipo como la Juventus las noches de espectáculo se han hecho ausentes durante mucho tiempo. Más allá de la total facilidad con la que terminan obteniendo los títulos de liga en los años recientes, la magnitud de este equipo se ha visto reducida a nivel continental, una tarea que indudablemente no se puede perdonar. A pesar de las vicisitudes que desarmar una plantilla pueden acarrear, con mucha mesura la gestión en el banquillo de Massimiliano Allegri ha encontrado una estabilidad en todos los aspectos, desde la idea de juego distintiva así como en la forma en que una escuadra llena de envidiables nombres se entiende a la perfección entre sí y deja en evidencia el ritmo que se exige para poder ser parte de la Vecchia Signora. La alta competencia exige por naturaleza que la ambición sea del mismo tamaño.
Siendo insuficiente haber alcanzado los cuartos de final, enfrentarse a un equipo repleto de dudas se presentaba como la oportunidad ideal para aumentar la ilusión de toda una afición que extraña aquellos momentos dorados de gloria internacional. Las circunstancias se tornaban aún más favorables para el local si se valoraban los nombres dentro del engramado para el rival de turno; la suspensión de Sergio Busquets representaba una baja sensible en cuanto al dominio del balón y de juego en sí para los blaugranas. No habiendo una forma real de reemplazarle en el once, las opciones manejadas planteaban una idea completamente distinta de juego, mucho más cuando las variantes que principalmente buscaba el estratega español se inclinaban al aspecto de transiciones defensivas. En lugar de tener opciones de mayor profundidad tanto en defensa como en ataque con la posible titularidad de Jordi Alba o Lucas Digne, el estratega optó por un Mathieu que carecía de cualquier argumento ofensivo, pero que le permitía pararse con cuatro defensores al momento de las embestidas rivales y tres cuando la pelota llegaba a los pies de Mascherano que debía abrir juego.
Desde el primer minuto salió a buscar el partido la Juve. Muy a pesar de pararse sin su tradicional línea de tres en el fondo de la zaga, la estrategia tenía una lógica tremenda: presionar por los costados y cortar las líneas de pase en los últimos 35 metros de la cancha. Tal como lo planearon, esa presión empezó a hacer mella en el rival, sobre todo cuando el balón cambiaba de dueño y facilitaba desbordes ante una defensa descoordinada y abandonada por su centro del campo. Cuando el desconcierto sobre como regresar y hasta como salir jugando agoviaba la mente de los jugadores del Barça, cayó el primer gol italiano. La facilidad con la que llegó el esférico a Cuadrado y este pudo avanzar horizontalmente previo a la habilitación a Dybala fue un claro ejemplo de aquellas carencias que encontraban el primero de sus castigos en la noche, el cual hubiesen deseado fuese el último.
La forma en la que Alex Sandro desempeñó sus labores de recuperación y marcaje terminaron por destruir cualquier intención de Leo Messi
Pero no fue así. Cuando más cerca estuvo la visita del empate, al instante siguiente cayó el doblete del delantero argentino. Los locales encontraban el mejor escenario posible: aumentar la ventaja y desesperar al Barcelona. Con la urgencia de volver a meterse en el marcador, más que evidente era la apertura de espacios, que si bien es cierto no se irían a explotar por la mentalidad de juego italiana, quedaban disponibles para cualquier ocasión. Un estéril conjunto catalán manejó y empujó, pero medirse ante un equipo tan sobrio en tareas defensivas cargando un déficit tan importante se presentaba como una tarea bastante complicada. Si las ideas de desborde eran por izquierda, la presencia del bloque juventino era asfixiante, sobre todo si no existía ayuda por parte del lateral en esa posición del visitante. Si era por derecha con Messi, la forma en la que Alex Sandro desempeñó sus labores de recuperación y marcaje terminaron por destruir cualquier intención del astro argentino.
El libreto del complemento se perfilaba fácil de predecir con unos locales totalmente conservadores ante unos culés que tenían la urgencia de meterse en el partido a como de lugar. Cuando cayó el tercer gol para la Juventus se acentuaba aún más esta idea de juego así como la sensación de enorme incapacidad que tenían los pupilos de Luis Enrique. El dominio de la pelota y circulación de juego no tuvieron ningún efecto, ya que con una sobrepoblación del medio sector italiano y un coordinado repliegue de las líneas los italianos acapararon hasta el último centímetro de su mitad de la cancha, impidiendo que las bandas tuvieran capacidad de llegar con el suficiente peligro a la portería de Gigi Buffon así como limitar las opciones de juego de unos Iniesta y Rakitic que en ningún momento pudieron entender la manera en la cual se podría haber abierto la cancha.
Tras 90 minutos quedó claro que el Barcelona careció de entrega y espíritu de equipo grande, tanto en lo individual como en lo colectivo, pero la victoria de la Juventus pasó mucho más por méritos propios que por los desaciertos rivales. Allegri tuvo una lectura de partido atinada desde el primer instante; supo preveer la insuficiencia del adversario con un equipo sin salidas y explotó esas falencias, logrando exitosamente meter el dedo en la llaga a las necesidades que tuvieron los pupilos de Luis Enrique. Así mismo, el entrenador italiano satisfizo aquellas necesidades de gloria que sus aficionados tanto piden cuando han dejado una eliminatoria bastante encaminada, ya que otra remontada blaugrana se ve bastante alejada de la realidad.