Monarca sin altibajos


Con mucha euforia la localidad de Medellín celebró la segunda Copa Libertadores en la historia obtenida por el Atlético Nacional el pasado miércoles. Las más de 44 mil almas que coparon las butacas del Estadio Atanasio Girardot llenaron el cielo de luces verdes con blancas, así como con cánticos de euforia y felicidad absoluta luego de que su equipo venciera por la mínima diferencia a la sorpresa del torneo, el Independiente del Valle ecuatoriano, tras haber quedado 1-1 en la ida.

La euforia del momento era lo más lógico; esperar 27 años para volver a saborear las mieles de lo que representa ser el mejor equipo de América tiene que ser motivo de fiesta, aunque lamentablemente a algunos se les fue la mano en ese aspecto. Subirse al carrito del triunfo es algo difícil de evitar, no el concepto mismo del triunfalismo o porque en algún momento se creyó en la posibilidad que los colombianos se hiciesen con el torneo; pero siendo un admirador de las formas, algo que no se tiene mucho en cuenta por los clubes o entrenadores más reconocidos de hoy en día, esta Copa Libertadores da una sensación de alivio entre tanto resultadismo.

En los torneos de eliminación directa, recientemente se ha empezado a hacer costumbre que el equipo catalogado, por resultados y maneras de lograrlo, como el favorito y merecedor de la gloria, termine por morder el polvo para darle paso a ganadores con más fortuna que argumentos propiamente futbolísticos. Diez victorias en 14 partidos disputados avalan la claridad con la que el conjunto verdolaga dominó sus llaves, así como la solvencia con la cual pudieron avanzar ronda por ronda hasta la obtención del título.

Aunque no todo fue color de rosa. Más allá de los resultados, fueron claramente favorecidos arbitralmente diversas llaves de eliminación directa, puntualmente en los partidos que disputaron en casa ante Huracán (octavos de final), Rosario Central (cuartos), Sao Paulo (semis) y en la gran final ante Independiente del Valle, con goles no pitados a los adversarios así como expulsiones más que dudosas. Más allá del mérito, gigante que tuvo este equipo para conseguir la gloria, tampoco se pueden olvidar detalles como estos que lamentablemente se han vuelto cosa común en nuestro fútbol, sobre todo en áreas como Sudamérica.

Sin embargo, no queda un mal sabor de boca al revisar los partidos y la forma de juego de este equipo. Con un Miguel Borja como esporádico pero decisivo goleador, los pupilos de Reinaldo Rueda fueron el equipo que más orden defensivo mostró en la competencia, desarrollando juego desde el centro del campo con el balón a ras de suelo y dando a entender que lo hecho partido a partido no fue cuestión de la improvisación, sino de experiencia del banquillo y una disciplina táctica muy buena por parte de la probada calidad individual de este conjunto.

En mucho tiempo no se veía un Campeón con tanta solidez desde el principio de un torneo. Lo del Atlético Nacional es digno de aplaudir porque no sólamente le devuelve alegrías indescriptibles a su afición y al fútbol colombiano en general, sino por el hecho de brindarle una gran satisfacción a todos los románticos del buen modo de jugar que, las cosas bien realizadas tienen un recompensa. Enhorabuena por el equipo de Medellín, un monarca sin altibajos.