Una vez fui a la casa de Don Dino Cardellicchio para ver un partido de Champions. La verdad es que no recuerdo quién jugaba, seguramente el Barcelona. En la previa del partido, como de costumbre, conversábamos de todo un poco; más allá del fútbol, tópicos como la vida pueden resultar interesantes claro está. Pero como la vida sin futbol no sería vida, casi todas las analogías y pensamientos discutidos se centraron en el tema. Dentro de su polémica sabiduría, Don Dino me cuestionaba el porqué de las jornadas de selecciones nacionales, las cuales eran una completa pérdida de tiempo. Inclusive, me planteó la posibilidad de la no existencia de las selecciones de futbol en sí. No quise ahondar mucho en ese tema ya que se me presentaba como un razonamiento bastante fuera de foco, y sinceramente, no lo compartía en lo más mínimo.
Más allá de la poca relevancia que le tomé al asunto, la verdad es que siempre lo tuve en el subconsciente, sin mayor repercusión, pero presente. Con el tiempo ese pequeño planteamiento se fue ganando terreno, a tal punto de ser una idea propia de la controversia que tanto nos apasiona en este deporte. Como es lógico, las personas cambian, y claramente no soy la misma persona que en aquella oportunidad escuchaba esa osada idea. A través de los años el negocio del fútbol ha ido creciendo de forma exponencial. Cuando uno se imagina que ya no puede ocurrir algo más ridículo para con los principios de nuestra pasión, los dirigentes salen con ideas tan ridículas que uno solamente tiene como consuelo reír en lugar de las lágrimas que dichas decisiones merecen realmente; desde presupuestos absurdos para federaciones en donde el dinero misteriosamente desaparece, hasta Copas del Mundo con 48 equipos.
En esa imperiosa necesidad de sacarle hasta el último centavo, se inventan jornadas de amistosos completamente ridículas. ¿Qué pueden aprender selecciones como España, Italia, Brasil o Argentina de equipos como Haití, Emiratos Árabes Unidos, China o Panamá? Nada, absolutamente nada. Está la premisa de que el fútbol debe llegar a todos y con esto se conectan a las personas, pero realmente solamente se busca sacar una jugosa taquilla en ciertas áreas, todo a costa de un buen espectáculo que puedan ofrecer conjuntos de alto calibre. Lo único que se obtiene de estos resultados son sobrecargas musculares, lesiones por parte de equipos que probablemente sin mala intención terminan lastimando seriamente a grandes figuras y jetlags que consumen duramente a los futbolistas, cosas que se ven una vez finalizadas estas jornadas cuando los clubes sufren el famoso virus FIFA. Inclusive son cosas que se pueden encontrar en las eliminatorias mundialistas; viajar 12/15 horas en un avión para jugar al fútbol tres días después es un desgaste que no se le debería desear a nadie.
Todos en pos del espectáculo. El problema está en que el espectáculo se ve diezmado de inmensa forma cuando el deportista llega cansado, no puede dar el 100% y cuando los entrenadores esperan cinco meses preparando un partido para sólamente ir a especular en la cancha del rival. Todos salimos perdiendo. Pocas cosas generan más frustración que esperar tanto para ver un Argentina-Brasil, Holanda-Alemania o un España-Italia para que la pelota circule de un extremo a otro de la cancha por media hora sin haber causado daño alguno. Cada cual dirá que entiende y vive la manera en que se desarrollan esta clase de compromisos, pero desde la perspectiva estética, que básicamente es la más elemental para el negocio en sí, lo que se presenta la mayoría de las veces jamás podría considerarse como óptimo.
Imaginar el fútbol sin selecciones nacionales. El fútbol no nació pensando en que Inglaterra jugaría contra Alemania o Prusia; nació en los barrios, en las industrias, como una vía de escape de los problemas para las personas, aunque solamente por unos instantes. Como toda religión, este deporte apela al amor hacia un símbolo y por sobre todas las cosas, al sentido de pertenencia que una afición tiene para con sus colores, el cual se ha confundido con ese desafortunado muchas veces sentimiento de nacionalidad, el cual incita odio y separa mucho más de lo que une. ¿Yo? No sueño con ver a Panamá en una Copa del Mundo, sueño con poder caminar por las calles y escuchar a por lo menos a siete de diez personas que hablan de este deporte hacerlo respecto a la jornada de la liga local; sueño con ver los estadios con público más allá de los estamentos de seguridad y parte de los respectivos equipos. Indudablemente todo esto va ligado a una calidad de juego inexistente en nuestro ámbito, pero que debe comprender que de a poco la cosas se cimientan.
Obvio que a todos nos gusta ver Mundiales, Euros, Copas América y esas cosas, aquí la contradicción de la idea... hasta yo me hice fanático del fútbol viendo jugar selecciones nacionales. Pero, piénsenlo bien. El fútbol no entiende de culturas, idiomas, diferencias; el fútbol une a las personas, y como alguna vez leí, todas las banderas representan barreras.
Más allá de la poca relevancia que le tomé al asunto, la verdad es que siempre lo tuve en el subconsciente, sin mayor repercusión, pero presente. Con el tiempo ese pequeño planteamiento se fue ganando terreno, a tal punto de ser una idea propia de la controversia que tanto nos apasiona en este deporte. Como es lógico, las personas cambian, y claramente no soy la misma persona que en aquella oportunidad escuchaba esa osada idea. A través de los años el negocio del fútbol ha ido creciendo de forma exponencial. Cuando uno se imagina que ya no puede ocurrir algo más ridículo para con los principios de nuestra pasión, los dirigentes salen con ideas tan ridículas que uno solamente tiene como consuelo reír en lugar de las lágrimas que dichas decisiones merecen realmente; desde presupuestos absurdos para federaciones en donde el dinero misteriosamente desaparece, hasta Copas del Mundo con 48 equipos.
En esa imperiosa necesidad de sacarle hasta el último centavo, se inventan jornadas de amistosos completamente ridículas. ¿Qué pueden aprender selecciones como España, Italia, Brasil o Argentina de equipos como Haití, Emiratos Árabes Unidos, China o Panamá? Nada, absolutamente nada. Está la premisa de que el fútbol debe llegar a todos y con esto se conectan a las personas, pero realmente solamente se busca sacar una jugosa taquilla en ciertas áreas, todo a costa de un buen espectáculo que puedan ofrecer conjuntos de alto calibre. Lo único que se obtiene de estos resultados son sobrecargas musculares, lesiones por parte de equipos que probablemente sin mala intención terminan lastimando seriamente a grandes figuras y jetlags que consumen duramente a los futbolistas, cosas que se ven una vez finalizadas estas jornadas cuando los clubes sufren el famoso virus FIFA. Inclusive son cosas que se pueden encontrar en las eliminatorias mundialistas; viajar 12/15 horas en un avión para jugar al fútbol tres días después es un desgaste que no se le debería desear a nadie.
Todos en pos del espectáculo. El problema está en que el espectáculo se ve diezmado de inmensa forma cuando el deportista llega cansado, no puede dar el 100% y cuando los entrenadores esperan cinco meses preparando un partido para sólamente ir a especular en la cancha del rival. Todos salimos perdiendo. Pocas cosas generan más frustración que esperar tanto para ver un Argentina-Brasil, Holanda-Alemania o un España-Italia para que la pelota circule de un extremo a otro de la cancha por media hora sin haber causado daño alguno. Cada cual dirá que entiende y vive la manera en que se desarrollan esta clase de compromisos, pero desde la perspectiva estética, que básicamente es la más elemental para el negocio en sí, lo que se presenta la mayoría de las veces jamás podría considerarse como óptimo.
Imaginar el fútbol sin selecciones nacionales. El fútbol no nació pensando en que Inglaterra jugaría contra Alemania o Prusia; nació en los barrios, en las industrias, como una vía de escape de los problemas para las personas, aunque solamente por unos instantes. Como toda religión, este deporte apela al amor hacia un símbolo y por sobre todas las cosas, al sentido de pertenencia que una afición tiene para con sus colores, el cual se ha confundido con ese desafortunado muchas veces sentimiento de nacionalidad, el cual incita odio y separa mucho más de lo que une. ¿Yo? No sueño con ver a Panamá en una Copa del Mundo, sueño con poder caminar por las calles y escuchar a por lo menos a siete de diez personas que hablan de este deporte hacerlo respecto a la jornada de la liga local; sueño con ver los estadios con público más allá de los estamentos de seguridad y parte de los respectivos equipos. Indudablemente todo esto va ligado a una calidad de juego inexistente en nuestro ámbito, pero que debe comprender que de a poco la cosas se cimientan.
Obvio que a todos nos gusta ver Mundiales, Euros, Copas América y esas cosas, aquí la contradicción de la idea... hasta yo me hice fanático del fútbol viendo jugar selecciones nacionales. Pero, piénsenlo bien. El fútbol no entiende de culturas, idiomas, diferencias; el fútbol une a las personas, y como alguna vez leí, todas las banderas representan barreras.